Reflexiones: ¿Cuántos...?

¿Cuántos...?

¿Sinceramente? Muchos.
He leído mucho. He pensado mucho. He escrito un poco. He conversado otro tanto. He meditado otro poco. He intentado escudriñar otro tanto.
Pero, realmente, ¿cúantas veces puedo decir que lo he leído? Puedo decir que no muchas. No puedo asegurar de haber leído todos y cada uno de los versículos que la componen. Sí puedo decir que estoy muy segura de que no le he prestado la atención debida a cada uno de ellos.
He leído libros, bastantes, y he repetido algunos más de uno, dos, tres y cuatro veces, de ello no tengo dudas.
Estos días estuve pensando bastante, el contexto en que nos encontramos en la actualidad, nos da esta posibilidad que antes, en la "normalidad" rutinaria, escasamente podíamos acceder con facilidad... tiempo para enfocarnos en lo que realmente importa. Minutos, horas, pensando en cosas que no son terrenales. Que no tienen fecha de vencimiento. Y de repente, me golpeó. Así como esta pandemia golpeó nuestra rutina, silencio el ruido diario, el trajín, destrozó la "falta de tiempo", el silencio entre los nuestros... Así me golpeó esta verdad. Tan sencilla, tan lógica, tan... triste.
Golpeó mi corazón y me detuve. Me quedé suspendida. Todo se frenó y quería llorar.
¿Cuántas veces he leído otros libros? ¿Cuántas veces los he releído? ¿Cuántas veces leía desde mi teléfono móvil en los trayectos de ida y de vuelta a casa? ¿Cuántas veces he anotado la letra de algunas cancionas y las he leído y pensado en lo bonitas que eran, y he meditado en el significado de sus frases? Muchas. Muchas, muchas, muchas. Y no digo que sea malo, es bueno leer. Pero no puedo decir que haya leído la toda la Biblia la misma cantidad de veces que he repetido otros libros y releído estos.
Y me resultó tan triste, tan penoso. Me sentí más ignorante de lo que nunca antes, aunque siempre lo he sido y lo he sabido. De golpe pensé en cuántas cosas puedo responder sobre libros que me gustan y que si tuve tiempo de hacer eso, podría haber mejor invertido en obtener tesoros eternos.
He estado intentado escudriñar profundamente las palabras, las frases, los contextos, los hechos, lo intangible y lo tangible... de cada versículo que leo. Hago mis devocionales y he comenzado a leer la Biblia desde el principio, prestando atención a cada detalle, estudiándola, escudriñándola a fondo. Aún con mi corto entendimiento, he aprendido muchisimas cosas y he notado otras muchas que antes había pasado de largo. Desde los primeros capítulos de Génesis, que todos hemos leído alguna vez. Al leerlos nuevamente, pero con un enfoque distinto, más profundo, pidiéndole en mi corazón que Dios me enseñe, que me instruya... me he sorprendido. Dios me ha sorprendido una y otra vez nuevamente. Su amor es tan tangible si te dedicas a buscarlo, a observarlo.
Es una decisión. Él, el Creador de los cielos y la tierra, de las estrellas, de toda la vida. Él, decidió amarnos. Y tan sólo basta leer los primeros capítulos de la Biblia para ver nuestro pecado, para ver el dolor que le hemos provocado a su corazón, que está lleno de amor, de bondad, de belleza.
Cuánto más me sumerjo, más pequeña me siento. Más insignificante y más amada. Y más quiero seguirlo, más quiero amarlo, más quiero estar con Él, más quiero obedecerle, más quiero hacerle sonreir. Él decidió amarme, entonces, yo decido seguirlo. Yo decido amarlo, decido buscarlo. Él me eligió a mí; yo lo elijo a Él. Quiero elegirlo con todo mi ser, en todo momento, por sobre todo.

A Él que me lo dió todo, a Él quiero entregarle todo. Aunque nada realmente me pertenece, quiero darle todo, quiero que mi vivir sea para Él.
A Él que todo de mí conoce, quiero conocerle también. Quiero saber más de Él. Y lo buscaré, sin cesar, porque no anhelo religiosidad, ni costumbre; anhelo una comunión, una relación de intimidad, de corazón a corazón. Quiero que tome su lugar en mí, y no quiero volver atrás.

¿Y tú?

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